sábado, 31 de mayo de 2008

Crónicas de una ida y una vuelta: Capítulo IV


- Hola mi amigo, no me vas a creer lo que pasó- dijo Henry por teléfono. - Quédate tranquilo, prepara todo para hacer el viaje, después te explico bien-.

Colgó el tubo y la sonrisa todavía no desaparecía de su rostro. ‘Tantos meses’ pensaba una y otra vez; el tiempo suele ser tirano, pero uno cosecha lo que siembra, y en este caso, Henry había invertido gran parte de su tiempo físico (y mental) en desarrollar éstos aspectos de la magia. Tanto para él, como para los norteamericanos en la Segunda Guerra Mundial, el ingenio germánico había dado con la respuesta. El inconveniente del vórtice tempo-espacial, era que necesitaba mucha energía si uno deseaba ir más allá de unas horas al pasado; por lo tanto, suponía Henry que el poder destructivo de la “Ultimate Explosion”, alimentaría de manera extraordinaria a la “puerta”, garantizando la posibilidad de hacer el viaje. Solo faltaba decidir a que momento del año 1998 llegarían, sabiendo que la “Batalla de Hogwarts” había comenzado la noche del dos de Mayo, deberían arribar unos días antes como para hacer un reconocimiento del lugar. Pero como esa no era decisión de una sola persona, el joven mago se fue a dormir pensando en su reunión con su amigo al día siguiente.

El sol matutino entraba por el ventanal del despacho de Tommy. Un amplio escritorio se encontraba frente a él; de un lado estaba el muchacho cómodamente sentado y del otro lado, Henry, dándole unos sorbos a una gran taza de té.
La cara de Tommy denotaba una gran sorpresa, casi no había emitido palabra mientras Henry le contaba los sucesos de la noche anterior.
Finalmente se adelantó un poco en su sillón de cuero – Benditos alemanes- le dijo a su amigo.

- Si, benditos sean- dijo Henry sonriendo.

- Ahora me doy cuenta de que me contaste muy por encima sobre lo que estudiaste en Europa- dijo Tommy.

- No creas- dijo Henry agarrando la taza de té nuevamente – no fue tanto, pero viajé con la intención de aprender cosas nuevas y lo logré-

- No me creo nada de esa repentina humildad, amigo mío- dijo Tommy en forma burlona - ¿Crees que el experimento éste nos puede llegar a hacer algún tipo de daño?- le preguntó sirviéndose un poco de té.

- Me parece que no, la energía fluye por el vórtice pero no toca a quien se introduce en él, en todo caso no creo que llegue a matarnos – dijo Henry –. Si la energía nos toca la pasaremos mal, es cierto, pero no moriremos. En todo caso no deberías preocuparte-

- Bueno, ya no me quedan dudas – dijo Tommy-. A propósito, me llegaron comentarios del Ministerio, aparentemente no tienen idea de quien causó el desastre en la plaza de Silverburg. Están bastante sorprendidos y molestos, incluso me pidieron información tuya, saben que viajamos a Europa juntos.

- Sucede que no quedó nadie como para documentar lo sucedido – le comentó Henry-, y hace rato que me perdieron el rastro. Supongo que me consideraban muerto, pero anoche me reconocieron y de alguna forma, un mensaje llegó al Ministerio ¿Por casualidad que les comentaste?- le preguntó a su amigo.

- Que no te veía desde hacía unos años y que desde que te dejé en Praga, no supe mas- le contestó Tommy.

- Gracias-

- No hay por que agradecer. Aunque hay algo que no me cierra del plan ¿Por qué debemos esperar hasta el 2018? Podríamos terminar todo hoy mismo- dijo Tommy.

- Por una simple razón, querido amigo, para ese entonces su círculo familiar se habrá completado- dijo Henry y su amigo quedó más sorprendido que antes.

- ¿Cómo sabes eso?- le preguntó.

- Lo descubrí en el último libro de las “Crónicas de Rowling”- contestó Henry-, aparentemente eran siete tomos y no seis como habíamos pensado en un primer momento. Lo que sucede es que el último de ellos no salió sino hasta unos años luego de nuestra visita a Londres. Actualmente Harry ya tiene tres hijos-.

Al oír esto a Tommy se le escapó una carcajada.

- Bueno- dijo- los próximos años serán provechosos, por lo menos en lo que a mi concierne- y con éstas palabras, termino de beber su té.

Los preparativos para el viaje llevaron un tiempo y las semanas pasaron bastante rápido. El verano había finalizado y el otoño se habría paso velozmente. Henry se había instalado en la morada de Tommy, dándole los últimos toques al hechizo y perfeccionando su ejecución, no deseaba que algo le saliera mal. También recorrió la ciudad natal de su amigo y cada tanto volvía a su hogar para ver como iban las cosas por allí.
Para cuando todo estuvo finalmente preparado, el calendario marcaba la segunda quincena de Abril. El frío se había adueñado poco a poco de la ciudad, cosa que fascinó a Henry, hacía tiempo que no padecía un verano por completo, siempre cambiaba de hemisferio cuando el calor comenzaba a molestarlo.

El dieciocho de Abril, los amigos se encontraban nuevamente en el despacho de Tommy, resolviendo cosas de últimos momentos y observando si no habían olvidado nada. Los bolsos de viaje lucían en unos sofás, en el estar que estaba tres metros detrás del escritorio. Henry estaba sentado en el suelo, con sus piernas estiradas y apoyando su cabeza y espalda en la parte baja del sofá. Tenía los ojos cerrados y meditaba los pasos a seguir por enésima vez, mientras jugaba con su varita entre los dedos de la mano derecha.
En ese momento Tommy ingresó en el despacho, observó a Henry unos instantes y finalmente le dijo –Todo está listo-.
Henry abrió los ojos, se levantó del piso – ¡Excelente!- exclamó-, cuando gustes nos vamos hacia tu departamento en Londres-. Tommy agarró su bolso, se puso su campera negra con interior de lana y dijo – vamos-. Los amigos dieron una vuelta en el lugar y con dos suaves “pop” desaparecieron.

Luego de la muerte de su padre, Tommy había pasado unos días en Europa visitando a sus hermanos, y como había quedado tan impresionado con la capital inglesa, decidió volver a verla. Dado a que le gustaba tanto, decidió comprarse un hogar donde parar para descansar de las obligaciones empresariales que le había dejado su padre. El departamento se encontraba en las afueras de la ciudad, en el ultimo piso de un edificio bastante alto, tendría unos veinte pisos, y desde allí se podía apreciar toda la extensión urbana y como la cruzaba el Támesis. Tenía varias habitaciones, pero la preferida de Tommy era la biblioteca, donde pasaba la mayor parte del tiempo cuando estaba en el país. La sala era bastante amplia, en el centro se podía observar una mesa de estudio y alrededor, contra la pared, se ubicaban las repisas atestadas de libros.

Los jóvenes magos entraron en la habitación y se dirigieron a la mesa del centro, habían encogido sus bolsos y los llevaban en los bolsillos de sus pantalones, para que no los molestaran, y ahora se preparaban para ir al lugar donde crearían el vórtice. Mientras Henry se ponía un buzo negro para abrigarse del frío local, Tommy le comentaba a donde irían.

- Existe un lugar- le dijo-, donde podes hacer el hechizo, se encuentra a unos kilómetros de aquí y está bastante apartado de cualquier contacto Muggle; además es lo bastante despejado como para moverse con comodidad-.

- Bien- dijo Henry guardando su varita en el bolsillo trasero de su pantalón-, vas a tener que guiarme hasta allí.

- Ningún problema- le dijo Tommy ofreciéndole su brazo derecho para que se agarrara de el. Henry apenas lo alcanzó y desaparecieron rápidamente.

Segundos después, estaban respirando aire salvaje; habían aparecido en un lugar descampado, a lo lejos se podía ver un valle que desembocaba en una cadena montañosa y un lago iluminado por la luz de la Luna. La primavera ya había comenzado pero todavía quedaba un clima fresco, resabio del crudo invierno británico; no hacían falta mucho abrigo, pero ninguno de los dos se quitó el que traía puesto.

- Bueno- dijo Henry sacando su varita- llegó el momento-.

- Sorpréndeme- le pidió Tommy.

El joven mago le dio la espalda a su amigo y mirando hacia el valle, pensó en voz alta – nueve vueltas bastarán-. Con un movimiento fluido de la varita dibujó un círculo en el aire, y mientras tanto, murmuraba unas palabras ininteligibles. Repitió tanto los movimientos de su varita, como las palabras unas nueve veces; luego de susurrar las palabras por última vez, un agujero negro del tamaño de una manzana, se recorto en el cielo, a la altura de su cabeza.

- Excelente- dijo Henry jadeando un poco-, ahora mira esto-. Ante la atenta mirada de Tommy, introdujo la varita en el vórtice, cerró los ojos y concentró todo su poder mágico. Tardó unos segundos en lograrlo, pero luego de respirar profundamente un par de veces, pronunció las cuatro palabras: Exevo Gran Mas Vis.
Del pequeño agujero negro, surgió una intensa luz blanca, que ilumino el lugar donde estaban casi por completo, obligándolos a cubrirse los ojos. Mientras la luz perdía fuerza, el vórtice se iba expandiendo, hasta el punto de ser lo suficientemente amplio para que los magos lo crucen.

- Increíble- dijo Tommy con los ojos bien abiertos.

- Después de ti, Charles1- le dijo Henry, notablemente agotado por lo que acababa de hacer. Tommy dudo unos instantes, pero cruzó el vórtice por completo y desapareció; Henry se recupero unos segundos y lo imitó, y mientras su cuerpo desaparecía se escucho una voz que venía desde el interior del agujero – Finite incantatem-, y con esto el vórtice se cerró.



1 Así solían llamarse el uno al otro, en los años del Instituto. Era un código interno que tenían, el cuál hacía referencia a los modales ingleses.

miércoles, 28 de mayo de 2008

Crónicas de una ida y una vuelta: Capítulo III


La habitación estaba iluminada solo por una lámpara, que emitía una luz amarilla ubicada arriba de un escritorio de madera. El único sonido que se alcanzaba a escuchar en el cuarto, era el “tic-tac” de un reloj a cuerda que se encontraba arriba de una cómoda de tres cajones frente al escritorio.
Si uno entraba por la puerta de la habitación lo primero que veía era la cómoda; frente a ella había escritorio con un sillón de cuero donde sentarse cómodamente, y a su lado una biblioteca llena de libros. Contra la pared del medio había una cama de dos plazas y por sobre ella un gran ventanal. Las dos cortinas, que de día la cubrían en toda su extensión, estaban corridas hacia los costados y a través del vidrio se podía ver una noche cerrada. Unas pocas estrellas se apreciaban en el cielo, debido a las luces artificiales que alumbraban las calles, edificios y casas de la ciudad. Casi todos sus habitantes se encontraban durmiendo, con excepción de algunos.
La cama estaba tendida, pero tanto las sabanas como las cobijas lucían desordenadas; aparentemente el ocupante la había dejado horas atrás y no se había preocupado por poner algo de orden.
Cuando el reloj marcaba las dos y media de la madrugada, se escuchó un suave ‘pop’ y una figura alta apareció en medio de la habitación. Dio unas vueltas, se acercó al escritorio y observó largamente los papeles que se encontraban desparramados sobre él. Henry se sacó el abrigo, lo apoyo sobre el respaldo del sillón, luego se sentó y allí se quedó meditando largo rato.
El mago volvió a mirar el reloj, eran las cuatro y veinte de la mañana y no había conseguido nada. De hecho, desde que había charlado con Tommy semanas atrás, todavía no había conseguido avanzar en el proyecto. Se levantó, agarró su abrigo y decidió dar una vuelta por la ciudad.

Caminó varias cuadras antes de llegar a una de las plazas que solía frecuentar cuando tenía unos años menos. Ésta era bastante grande, tendría unos novecientos metros cuadrados y era la imitación de una plaza parisina; los fundadores habían reproducido muchos de los paisajes y edificios de París, sobre todo al construir la catedral, que era una imitación de la de Notre Dame.
Distintos cuadrados de de hierba se recortaban alrededor del centro de la plaza y estaba iluminada por varios postes de luz. Tenía cuatro fuentes de agua y en el centro se ubicaba gran piedra negra, tallada en forma rectangular y con una superficie parecida al cristal; medía unos dos metros de largo, por otros dos de ancho y uno de alto. El mago atravesó tranquilamente todo el trayecto hasta la piedra y al llegar se sentó en el centro de ella.

Estaba cruzado de brazos y piernas, con los ojos cerrados; el frío invernal no parecía molestarlo en las dos horas que había pasado en el lugar. Continuaba con su intención de resolver el enigma y repasaba en su mente todo lo que había investigado una y otra vez. La hora que precede al alba estaba por concluir, pero todavía no había algún indicio de luz solar. A varios metros de donde se encontraba Henry, cuatro individuos venían caminando y aparentemente en dirección a la piedra. El mago continuaba con los ojos cerrados y todavía meditaba; pero cuando estas personas le faltaban pocos más de veinte metros para alcanzarlo, los abrió y observó detenidamente a los hombres: eran Muggles. No tuvo que usar legeremancia para saber cuáles eran sus intenciones, desde siempre grupos de vándalos circulaban por la zona y sus objetivos eran los desafortunados que se cruzaban en el camino. Los saqueaban, golpeaban y algunas veces los mataban.
Henry no deseaba padecer el mismo infortunio que esas pobres víctimas, además tenía el vivo recuerdo de lo que había sufrido años atrás a manos de los Hombres Oscuros. Lo que ocurrió a continuación, sucedió demasiado rápido, tanto que los Muggles no llegaron a abordarlo con su característico “Eh, amego”. Antes de que llegaran hasta donde Henry se encontraba, éste se incorporó y fue a su encuentro; sacó la varita de su abrigo y disparó cuatro destellos de luz verde; a los pocos segundos los Muggles yacían en el frío suelo, sin vida.
Lo que estaba por ocurrir Henry lo sabía muy bien, los Aurors harían su aparición. Al rato de volver a sentarse en el centro de la piedra, varios “cracks” se escucharon a su alrededor; hasta que oyó el último, el joven pudo contar al menos unas veinte apariciones. Apretó con fuerza su varita, se levantó, los observó unos instantes y desapareció al primer grito de los recién llegados. Reapareció detrás de varios de ellos, se encontraban en uno de los cuadrados de hierba delimitados por setos; agitó nuevamente su varita y ésta escupió otras maldiciones asesinas. Antes de que la replica lo golpeara, desapareció y reapareció en el centro de la piedra, habían activado unas barreras mágicas y no podía aparecerse fuera de los limites de la plaza; mató a otro par de Aurors que estaban frente a él, pero sabía que era una pelea sin sentido: primero porque seguían apareciendo los magos del Ministerio y segundo, si continuaba el ritmo con el que estaba peleando, tarde o temprano se cansaría y lo atraparían.

Sabiendo todo esto, dibujo un circulo a su alrededor con la varita, murmuró unas palabras olvidadas por los magos de hoy en día y un campo energético de color dorado apareció rodeándolo y protegiéndolo de los ataques. El escudo solo serviría unos momentos y debería aprovecharlos al máximo para ideal algún plan; mientras tanto, los Aurors lo habían acorralado y apuntaban sus varitas hacia él. Algunos habían lanzado hechizos paralizantes, pero éstos habían rebotado contra el campo protector y regresado contra ellos.

Fue entonces cuando el líder habló:

- Haga desaparecer el escudo, Sr. Persico y entrégueme su varita- exigió un mago al parecer en sus treintas, pero bastante cuarteado por los años de servicio.
‘Ilusos’ pensó Henry, pero continuó sin emitir palabra.
Le estaba quedando poco tiempo y esto comenzaba a enfadarlo, no le gustaban éste tipo de situaciones y una vez más era blanco del prejuicio gubernamental hacia su apellido.
El líder volvió a hablar, pero esta vez las palabras respetuosas habían desaparecido y el ultimátum no tardó en llegar - Persico, haga lo que ordeno o sino…-
Y fue entonces cuando recordó algo que había encontrado en sus años de investigación en Europa; era un viejo poema de la tradición mágica germana, muy poco conocido, que recordaba las maldiciones imperdonables.

“Serán hechizos prohibidos,

Tres de ellos conocidos, salvo uno.

¿Que llevaban cada uno consigo?

El control, la muerte, la tortura

Y cuatro palabras”

- Cuatro palabras- dijo Henry hablando por vez primera en toda la noche. Cerró su puño sobre el mango de la varita, sosteniéndola en el aire como un cuchillo; comenzó a agacharse y de la punta de la varita brotó una luz blanca. El escudo desapareció mientras apoyaba su rodilla derecha en el suelo. Inesperadamente, los Aurors se habían quedado sorprendidos por lo que estaba haciendo Henry, y todavía no habían atacado; el líder volvió a gritar y la desesperación se notó en su voz.

- ¡¡Deténgase, Persico!!-

Henry ya no lo escuchaba, juntaba todas sus fuerzas y las concentraba en su varita.

- Exevo- dijo dirigiendo la varita hacia la piedra.

- ¡¡¡Deténgase!!!- Volvió a ordenar el líder.

- Gran… Mas- continuó Henry.

- ¡¡¡¡Mátenlo!!!! Gritó el Auror y mientras Henry clavaba su varita en la piedra, decenas de maldiciones se dirigían hacia él.

- ¡¡¡VIS!!!-

Un gran centelleo salió del lugar donde Henry había clavado su varita e iluminó una parte de la plaza en cuestión de centésimas. Unos segundos después, el joven mago se enderezó y observo sorprendido lo que había pasado. Todo lo que estaba en un radio de más de cien metros había sido desintegrado. Lo único que la fuerza del hechizo no había tocado era el punto donde se encontraba parado Henry; los Aurors habían sido reducidos a nada. Y sobre todo, las barreras anti-desaparición ya no lo detenían.
Tardó en dar crédito a lo que veía, pero luego no le cabían dudas; y mientras los primeros rayos del Sol, bañaban lo que quedaba de la gran plaza, su risa se escuchó en cada rincón, había resuelto el problema.

lunes, 19 de mayo de 2008

Crónicas de una ida y una vuelta: Capítulo II


Tommy Castechulix era un mago particular, no ponía mucha atención en clase (en verdad siempre se quedaba dormido), no demostraba respeto alguno por los profesores y solía faltar a clase bastante seguido.

Vivía con su padre en la ciudad de North Hood, la cual quedaba a una distancia bastante considerable de cualquier comunidad mágica y a su vez, era una de las localidades Muggles más importantes del país.

Su padre, Héctor Castechulix, era un millonario e importante empresario Muggle, era el dueño de una enorme empresa multinacional, con distintas sucursales alrededor del globo. Por eso desde muy chico, Tommy había ido de de ciudad en ciudad, viviendo por algún tiempo en una y luego mudándose a otra; gracias a esto, conocía casi todo el mundo.

No era hijo único, tenía dos hermanos y una hermana que eran mucho mas grandes que el y hacía tiempo se habían ido a triunfar a Europa. Dado que era el más joven y que continuaba viviendo con su padre, era un chico bastante consentido.

La sangre mágica la había heredado de su madre, que había muerto al nacer Tommy; aparentemente el esfuerzo que le llevó dar a luz fue enorme y por ello cuando se quedó dormida luego de todo el trabajo de parto, su espíritu abandonó el mundo mortal.

Henry y él se conocieron en el principio de sus años en el Instituto de Cultura Mágica; si bien en los primeros dos años de la enseñanza casi no cruzaron palabra, Henry le caía bien. Tommy conocía bastante bien la historia de los Persico, como cualquier mago del país (el gobierno se había encargado de ello), pero no los repudiaba ni les parecían unos salvajes; de hecho compartía ampliamente la ideología que profesaban, dado que consideraba que los Muggles eran bastante infradotados, y a veces los atacaba para entretenerse. A pesar de eso, solía rodearse de ellos, y consideraba que sus invenciones y su forma de vivir eran bastante provechosas. No le gustaba el -feudalismo- (como usualmente llamaba al estilo de vida de las comunidades mágicas europeas) en que vivían otros magos.

Rápidamente transcurrieron sus primeros años en el Instituto, sin mucho vértigo y de forma muy tranquila, dado que el país estaba en plena época de apogeo luego de la caída de Lord Voldemort, al igual que el resto del Mundo Mágico. Si bien se encontraban a muchos kilómetros de distancia, la Sombra se había extendido bastante entre 1994 y 1998 y los jóvenes magos como ellos conocían el nombre del Señor Tenebroso gracias a distintas leyendas o viejas historias que solían contarse los unos a los otros.

Durante esos años casi no se relacionaron e interactuaban muy poco entre si. Tommy lo saludaba cada vez que se lo cruzaba en los pasillos del Instituto y Henry respondía, pero continuaba su camino hundido en pensamientos. A decir verdad, Tommy era bastante más popular que Henry; generalmente se lo podía ver en un grupo de jóvenes magos y brujas, ya sea en el comedor a la hora de alimentarse, o en los recreos que tenían entre una clase y otra. A su vez, Henry era bastante solitario (gracias a la fama de su familia) y como no compartía las mismas asignaturas que Tommy y dormía en una habitación bastante alejada de la de él, lo cruzaba bastante poco.

*

Algunas semanas después del comienzo del sexto año, Henry se encontraba en la biblioteca del Instituto leyendo unos libros y trabajando en un largo ensayo. Era bastante temprano y la hora del desayuno todavía no llegaba, pero el insomnio (o la falta de apetito) era algo concurrente en los últimos tiempos y se había levantado antes del alba. Cerca de la hora del comienzo de clases se abre la puerta de la biblioteca y entra Tommy con su mochila al hombro y fumando de una pipa de sauce. Lo vio a Henry y se dirigió a la mesa donde se encontraba, luego de sentarse y sacar unos libros de su mochila se puso a leer.

Sin levantar la mirada, Henry le dijo - No sabía que fumabas-.

Tommy levantó la vista y sonriendo le contestó - Hace unos meses que empecé, un día tuve muchas ganas de fumar y me termine haciendo una pipa ¿Te molesta?-

- No, para nada- dijo Henry- tiene un olor bastante agradable- y mirando a su compañero por primera vez, le sonrió.

- ¿Querés fumar vos también? Tengo una de más- le ofreció alcanzándole el objeto de madera.

Henry dudó unos instantes pero terminó aceptando, llenó la pipa con la tabaquera que le dio Tommy y la encendió con su varita. Momentos después, tiraba humo y continuaba con su ensayo.

- No entiendo la razón- dijo al rato - pero fumar me genera mucha paz-

Tommy volvió a alzar la vista y le dijo - Ese es el objetivo, aunque seguramente su poder te pueda ayudar en otros aspectos, no se te ve muy bien-, a lo que Henry quedó bastante sorprendido.

Momentos más tarde estaban inmersos en una conversación, y al parecer Tommy estaba bastante enterado de su vida y hacía preguntas hábiles, porque Henry se encontró hablándole de sus propias esperanzas y temores como nunca antes se había atrevido a hacer con otra persona. Tommy asentía con movimientos de cabeza, y los ojos le brillaron cuando oyó hablar de los Aurors.

A partir de ese día su relación creció y se hicieron grandes amigos, Tommy lo introdujo en el grupo y pronto la soledad de Henry pasó a ser algo del pasado. Vivían encerrados en la biblioteca; Tommy le confesó que las clases lo aburrían mucho y que cuando faltaba, en realidad se la pasaba leyendo en esa sala. Henry quedó muy sorprendido, no imaginaba que su amigo tuviese tanto amor por el conocimiento y la magia. A decir verdad, Tommy se la pasaba leyendo para aumentar sus poderes mágicos, ya que naturalmente era bastante poderoso, y había logrado hacer ciertas cosas antes de conseguir una varita y entrar al Instituto. Tenía muchos planes luego de terminar con su educación, los cuales le explicó a Henry con el pasar del tiempo.

Henry también era un mago bastante hábil, había dedicado su tiempo extracurricular a expandir sus conocimientos, y cuando volvía a su casa en los veranos se internaba en la biblioteca que había construido su padre. La mayoría de los libros eran de magia negra, pero al pasar los años, Henry le había agregado otras categorías como, curación, transfiguración, encantamientos, etc. Y había aprendido a aparecerse, mucho antes de que tuviese el permiso del Ministerio.

Finalmente (y sin complicaciones) concluyeron los siete años de educación, sortearon los exámenes medios y finales con bastante facilidad y pronto estaban planeando su futuro. Les habían llovido muchas ofertas laborales, pero habían desechado casi todas; Tommy quería un puesto de alto rango dentro del Ministerio, pero entendía que no tenía la experiencia suficiente para desempeñarlo. Henry solo deseaba seguir ampliando lo que había aprendido en el Instituto y en una de las tantas noches que pasaban debatiendo que camino tomar, le comentó a su amigo que le gustaría irse a estudiar a Europa, donde estaban los orígenes de la magia.

- Porque allá están los pilares fundamentales de cualquier tipo de conocimiento, y el origen de cualquier rama mágica, y si logramos cubrirlas por completo, llegaríamos a ser imparables- le dijo a Tommy.

Aunque su amigo no estaba muy seguro, lo que le dijo esa noche terminó de convencerlo y al poco tiempo de recibirse, comenzaron su largo viaje. A penas tenían dieciocho años cuando pisaron el Viejo Continente, y su primera parada fue en Inglaterra país de origen de Merlín, Dumbledore y tantos otros.

Fue en las Islas Británicas donde conocieron por completo las historias que habían alimentado su infancia. El relato del surgimiento del Señor Oscuro y de su derrota ante el “Elegido”, un adolescente huérfano llamado Harry Potter.

Demasiado vano les pareció la forma en que el ‘Elegido’ se alzó victorioso de la “Batalla de Hogwarts”; increíblemente Lord Voldemort, tenido por uno de los magos más poderosos de los últimos tiempos, había sido derrotado. De cualquier manera, las “Crónicas de Rowling” les sirvieron para darse cuenta de que una vez mas, el Poder Oscuro no siempre es omnipotente.

No se quedaron más de unos meses en las islas y siguieron su viaje hacia el este, donde hicieron paradas en Francia, Alemania, la región del Báltico, etc. Encontraron a muchos eruditos que habían elegido recluirse de la comunidad mágica, cada uno había elegido una vida casi eremita, y a duras penas pudieron lograr que les enseñaran sus secretos; el oro es siempre tentador. Cuando se establecían en las ciudades mágicas se la pasaban en las bibliotecas o comprando libros en los bazares ocultos de los suburbios, como los viejos mercados de Bagdad.

Sus caminos se separaron en Praga; Tommy se volvió a casa, había recibido una carta de su padre y requería de su presencia. Para Henry era demasiado pronto para el regreso, solo habían pasado unos años y sentía que le quedaba mucho más por recorrer. Al cabo de un tiempo vagando por los Balcanes, decidió visitar los países del Báltico nuevamente y, luego de meditarlo algunos días, se instaló definitivamente en Trondheim.

Pasados casi seis años en el viejo continente, decidió retornar a su casa; su crecimiento intelectual todavía no había terminado (pensaba él), pero extrañaba demasiado su hogar. Es difícil dejar todo atrás y que esto no se transforme en una cruz; Henry había partido con ganas, pero el tiempo pasaba y los últimos años en el país nórdico habían sido algo melancólicos.

Fue entonces cuando apareció en su viejo hogar en Silverburg. La habitación se encontraba de la misma forma en la que la había dejado, no había razones de cambio, pero ‘los imbéciles del Ministerio siempre se meten donde no los llaman’ pensaba Henry. Ya no tenía el aspecto de aquel joven de dieciocho años que había partido luego de finalizar sus estudios, el tiempo no había tocado su rostro pero su pelo y la barba habían crecido notablemente. A los pocos días de llegar, recibió una carta de su amigo, en la cual le pedía de verse nuevamente. Sin pensarlo partió hacia North Hood, y luego de seguir las indicaciones que le dio su amigo, arribo a su despacho. Tommy lucía como cuando se despidieron en Praga, aunque Henry lo veía más cansado y agobiado.

Rápidamente le contó de su vida; Héctor había fallecido el año anterior y le había dejado todo a su amigo. Manejar una multinacional no es tan sencillo, ni si quiera para un mago, pero éstos tienen más facilidades que los Muggles; desde entonces le había dedicado tiempo completo, ya que sus hermanos habían apoyado la decisión de su padre y deseaban que Tommy se encargara de todo.

- Estuve unos días en Italia y luego visité Londres- le comentó Tommy - pero no pude contactarte, habías desaparecido del mapa-.

- Hacía un tiempo que estaba erradicado en Noruega, continuando con las investigaciones- le dijo Henry tomando un poco de té.

- Bueno, pero no hay por que lamentarse, aquí estamos- le dijo Tommy - cuéntame algo de tus viajes-.

Henry le contó lo que había hecho, o parte en verdad, ya que el relato era demasiado extenso como para hacerlo en ese momento, de otra forma hubiesen charlado hasta el equinoccio de invierno. Pero continuaron hasta bien entrada la noche; a la mañana siguiente se encontraban en la cocina de la casa de Tommy. Luego de un desayuno tardío Tommy había prendido su pipa y Henry observaba la ciudad desde una de las ventanas.

- ¿Que te parecería hacer un viaje?- le preguntó a su amigo.

- ¿A dónde?- dijo Tommy

- ¿Que te parecería visitar Londres?- le volvió a preguntar Henry, había abandonado su lugar frente a la ventana y volvía a sentarse en una de las sillas de la cocina.

- Pero ya conocemos Londres ¿Tantas ganas de volver tenés?- le pregunto Tommy sorprendido por la idea de su amigo. Henry se quedo un momento mirándolo y luego le dijo - ¿Pero que te parece si visitamos a la Londres de hace doce años?-.

Tommy casi se ahoga con la hebra de humo que había tragado, Henry solo sonreía.

- ¿Cómo pretendes hacer ese viaje? Es imposible- dijo tosiendo.

- No- dijo Henry -, pocas cosas son imposibles dentro del Universo de la Magia-

- Pero todos los giratiempos fueron destruidos hace años, la técnica para fabricarlos hace tiempo que está perdida y sobre todo sería imposible volver tanto tiempo atrás- dijo Tommy sorprendido por las palabras de Henry.

- Tranquilo mi amigo- comenzó -Tengo en cuenta todas las complicaciones y obstrucciones que implican hacer ese viaje. Como te conté, en mis últimos tiempos en Europa había ido a vivir a Noruega, fue allí donde hace más de un año me encontraba leyendo en una biblioteca de Trondheim. Estaba solo, la medianoche había pasado; tenía un libro bastante antiguo en mis manos, otra pila en la mesa y un cuaderno donde apuntaba los temas que más me interesaban. Hacia un tiempo que intentaba encontrar alguna forma de controlar el espacio-tiempo, algo parecido a la forma de aparecerse, pero que se concentrara en la utilización de nuestro poder mágico. Si lo llegáramos a controlar, evitaríamos un gasto enorme de energía; porque toda acción que implique el uso de magia, genera una reacción que reduce la energía que poseemos para ella (el vulgarmente conocido como Maná).

“Así que en eso me encontraba, cuando leyendo teoría tras teoría, llegué a una parte donde se explicaba básicamente lo que hace un giratiempo. Aparentemente, cuando uno le da las famosas vueltas, se crea un pequeño vórtice dimensional. Una puerta que nos transporta unas horas al pasado. Yo no sabía eso, nunca tuve un giratiempo en mis manos, por eso todo era nuevo para mí. De hecho, uno vuelve solo algunas horas al pasado, porque la energía no es lo suficientemente grande como para que sean semanas, meses o más. Seguí leyendo y explicaba el hechizo para generar el vórtice, pero volvíamos al mismo problema: la falta de energía. Y en todo este tiempo todavía no conseguí resolver el enigma”- dijo finalmente y por un largo rato ninguno emitió un sonido.

- El viaje- dijo Tommy hablando nuevamente - que lástima que no pude quedarme más tiempo en Europa-.

- No te lamentes, ya lo voy a resolver- dijo Henry y se levantó para irse - Me vuelvo a casa, te mantengo al tanto de lo que vaya descubriendo-.

Se dieron un abrazo y Henry desapareció.

jueves, 15 de mayo de 2008

Crónicas de una ida y una vuelta: Capítulo I


Era de noche y el frío se extendía por toda la ciudad. Se podía apreciar un cielo sin Luna, pero las luces artificiales no dejaban admirar todas las estrellas, solo las más brillantes se hacían notar.

Un hombre caminaba por una de las amplias avenidas características del lugar; era muy ancha y entre una vereda y la otra había una rambla que separaba las dos calles asfaltadas que la alimentaban. Tanto las veredas como la rambla estaban arboladas, y cada quince metros había bancos donde sentarse. La avenida desembocaba en una plaza de gran extensión y hacia ella iba el hombre, como habituaba hacer en sus caminatas. Vestía un abrigo negro y guardaba sus manos en los bolsillos del jean azul oscuro que tenia puesto. No tenía un destino fijo, acostumbraba a caminar algunos kilómetros por las noches invernales; lo hacía para pensar tranquilamente y aprovechar la frescura.

Atravesó varias plazas y avenidas más en su recorrido, pero ésta ves sin darse cuenta se estaba dirigiendo a los límites de la ciudad. Éstos eran bastante peligrosos, la ley hacía tiempo que no los vigilaba y por eso varios hombres oscuros los transitaban a la caída del Sol.

Pronto llegó a un lugar donde el espacio se abría y las calles tomaban distintas direcciones. Algunas iban hacia el norte, otras seguían hacia el este y los límites con el mar, y otras hacia el sur. Siguió por el camino del éste, la vereda de material había desaparecido cientos de metros atrás y ahora pisaba tierra y pasto.

Demasiado tarde se dio cuenta del error que había cometido, a unos metros venían tres de esos hombres caminando hacia él. Absorto en sus pensamientos no los había advertido, pero ya no tenia mucho tiempo para huir. Cuando los tuvo más cerca pudo observarlos mejor: los tres lo superaban en altura, vestían ropas desgarradas y desgastadas por el tiempo y las caras no auguraban buenos propósitos. El joven se detuvo y los otros lo alcanzaron.

- Hola amego ¿No tene’ una moneda pa’ compra’ un vinito?- le preguntó uno de ellos.

El muchacho no respondió, estaba completamente paralizado y había olvidado como hablar; muy asustado, el miedo no lo dejaba pensar con claridad, pues debajo de su abrigo, en el bolsillo trasero de sus jeans, llevaba su varita mágica.

El hombre oscuro volvió a hablarle y esta vez, la amenaza no tardó en llegar.

- Eh loco ¿Que te pasa? ¿Te asustamo’ un poquito?- Dijo y comenzó a reír con sus compañeros. - ¡Dame todo el oro que tengas y esa campera!- le ordenó, pero el muchacho continuó sin responder. Las palabras no volvieron a ser utilizadas por aquel hombre, rápidamente le pegó un puñetazo en la cara y lo hizo trastabillar hacia atrás. Otro de ellos lo agarró por la espalda y el cuello y los demás siguieron golpeándolo.

Cuando ya lo habían pateado bastante y él se encontraba en el piso, le sacaron el abrigo.

- Lito’ loco!- dijo uno de ellos- toquemo’ de acá!- y se dio vuelta para salir corriendo. Pero en el preciso momento en el que terminaba de hablar un rayo de luz roja lo golpeó en la espalda, lo hizo salir despedido unos metros hacia delante y allí quedó tendido. Los otros dos se voltearon en la dirección que había venido el misterioso rayo y lo que vieron los sorprendió: ante ellos se encontraba el muchacho que habían golpeado, luchando por mantenerse erguido y apuntándolos con un objeto extraño y desconocido para ellos.

-Ehh loco! ¿Qué te pa’?- le gritó el hombre que había comenzado a golpearlo anteriormente, pero no pudo hacer mucho más. Otro rayo rojo le dio de lleno en el pecho y lo mandó a volar; el que quedaba todavía en pie, soltó el abrigo y salió corriendo. Pero el joven mago no lo atacó, el esfuerzo para conjurar los hechizos lo había agotado, y ahora lucía hincado sobre su rodilla izquierda y respiraba trabajosamente.

Se acercó como pudo hasta donde estaba su campera, la tomó y se la puso, el frío lo estaba castigando tanto como sus heridas. Pero la noche todavía no terminaba; instantes después de que perdiera de vista al asaltante que había huido, varios “cracks” se escucharon a su alrededor. Y eso solo podía significaba una cosa: Aurors.

‘¡Mierda!’ pensó el muchacho mientras miraba en todas direcciones intentando distinguirlos ‘¿Qué puedo hacer? Lo único cerca…’ En ese instante un rayo de color violeta golpeo el suelo a unos centímetros de donde se encontraba, habían fallado por poco, pero la suerte no volvería a ser la misma.

- ¡Quieto! ¡Quédese donde está!- Ordenó una voz desde la oscuridad.

No tenía mucho tiempo y aunque consiguiera explicar por qué atacó a esos Muggles, lo detendrían igual. Seguramente ya sabían quien era y menor de edad o no, lo consideraban una amenaza. Conociendo cual era su destino si no actuaba rápidamente, cerró los ojos concentrando todas las fuerzas que le quedaban y pensó ‘Destiny, decision…’ Dio una vuelta en el lugar y con otro “crack” había desaparecido.

El muchacho reapareció varios kilómetros hacia el sureste, en una planta de origen Muggle que destilaba petróleo.

El emplazamiento, que se encontraba cerca del mar, era gigantesco; había muchas torres de varios metros de altura, coronadas con llamas en la punta. Distintos tipos de cañerías iban y venían, alguna de ellas superaban en altura al propio mago, otras llegaban a ser tan finas como las ramas de un árbol; todas conectaban las torres entre si y luego se dirigían hacia una parte subterránea. El chico había aparecido en lo que suponía ser un galpón de descarga y almacenamiento de barriles con petróleo; cada uno de estos barriles tenía alrededor de un metro y medio de alto, y estaban apilados en parejas de modo que formaban varias filas. Era tal la cantidad de barriles que había, que la vista del mago no alcanzaba para abarcar toda la extensión del depósito, pero a pesar de esto podía notar que el perímetro estaba delimitado por un alambrado y un techo de chapa protegía el interior del depósito de la acción de los elementos.

A cincuenta metros del punto donde se encontraba parado había una puerta abierta, caminó de forma dificultosa hacia allí, la atravesó y salió a una de las salas de producción de la petroquímica. Ésta tendría cien metros de largo por otros sesenta de ancho, el techo se encontraba a gran altura y desde allí incontables lámparas de cuarzo iluminaban con una potente luz blanca. Otra vez se podían observar las cañerías yendo y viniendo por la sala, conectando distintos equipos tecnológicos.

Se quedó allí parado, jadeando y respirando entrecortadamente a metros de la puerta que recién había cruzado, sabiendo que era el final de la partida. Las heridas internas lo estaban despedazando, su poder mágico estaba demasiado bajo y aunque quisiera continuar, nada podría hacer. Apuntando directamente a su corazón, veinte Aurors de túnicas rojas y blancas le cerraban el paso. La sala se oscureció de repente y ya no supo más.

*

Despertó en una fría habitación varias horas después de lo ocurrido; lo habían curado de sus golpes y heridas internas, interrogado con Veritaserum y despojado tanto de su abrigo como de su varita.

El contraataque a los Muggles le había jugado una mala pasada, tampoco lo ayudo el intento de fuga, pero su apellido y la mala fama entre los de su clase lo terminaron de condenar.

Los Persico eran una antigua familia de magos, incalculables años atrás se habían instalado en la ciudad de Silverburg, al sur del país y poco a poco se habían convertido en uno de los clanes mas poderosos, ricos e influyentes de la comunidad mágica. Pero tan viejo como su origen, era una costumbre que tenían los miembros de la familia, la que le había costado el repudio y severos enfrentamientos con el Ministerio: atacar Muggles. Y al haber tan pocos magos en un país llenos de “homo sapiens” (como los llamaban despectivamente los Persico), el gobierno hacía todo lo posible por evitar cualquier tipo de ataque.

Henry era el único de su familia que todavía caminaba por el Mundo Mágico; su padre había sido ejecutado antes de que naciera, por masacrar a varios Muggles un día de “San Valentín” y su madre había fallecido cuando apenas tenía ocho años. Desde entonces y hasta los diez años y medio, había sido criado por su padrino (el mejor amigo de su padre), pero éste había desaparecido de forma misteriosa poco antes de que Henry comenzara su educación mágica; aunque él creía que había muerto en un enfrentamiento con los Aurors. Por lo tanto, al comenzar su educación en el Instituto de Cultura Mágica, carecía por completo de familiares. Esto poco le importaba, ya que era muy rico, tenía toda una vida para disfrutar y era un mago; pero el gobierno seguía muy de cerca todo lo que hacía, deseando que no se generaran otras masacres. Y aunque desde que ingresara al Instituto nunca había demostrado intenciones de continuar con el legado familiar, lo consideraban un mago potencialmente peligroso y esto lo sabía muy bien.

Lo soltaron luego de unos días, por fortuna había actuado sin lastimar severamente a los Muggles y esto había sido su carta salvadora. Le devolvieron su varita y lo dejaron retornar a su hogar con la advertencia de que si volvía a atacar Muggles, sin importar el por qué, lo encerrarían de por vida. Prometió que no haría mas nada, pero algo se había roto con los sucesos de esa noche; para cuando llegó a su casa, se juró que no lo volverían a atrapar y que en adelante, nada ni nadie lo detendría.

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