martes, 23 de diciembre de 2008

Sorpresas de un regreso.


Finalmente había pasado las agotadoras políticas burocráticas de la aduana y una vez más, continuaba mi camino hacia la sala común del aeropuerto. Aquella gigantesca área que aglutina gente de todos los puntos cardinales, el mejor ejemplo de lo que podría haber sido uno de los pisos de la Torre de Babel.
Llego a la salida de la rama por donde se ubican los arribos y observo la cantidad de personas que se encuentran del otro lado de la pared que separa a los que llegan de los que esperan. El número no me sorprende, comúnmente se suele juntar tal cantidad, pero con una salvedad: esta vez, yo no soy el que recibe al que llega.
En mis acumulados viajes a éste aeropuerto, muy raras veces fue para emprender una travesía o culminarla. Por lo tanto, internamente me sentía bastante satisfecho y era imposible dejar de notar como brillaba mi rostro. Llegaba al país de incógnito, por lo que nadie me aguardaba con mi apellido escrito en un cartel. Una vez en la sala común y habiendo conseguido el dichoso carrito para transportar mi equipaje, me dispuse a buscar algún taxi que me dejara en mi destino.
Luego de casi una hora de viaje, llegué a lo que en algún momento de mi vida, había sido mi casa. Todavía conservaba la llave y no habían cambiado la cerradura, por lo que pude entrar. Abrí la puerta y pude notar que alguien se había encargado de limpiar todo de vez en cuando. Debo decir que no esperaba eso, francamente creía que iba a estar tal cual lo dejé al irme; hecho un desastre. No tardé mucho en volver a salir, a lo sumo habré estado 45 minutos en la casa, lo suficiente para bañarme y cambiarme de ropa. Mi moto seguía en el garaje, cubierta por una manta, le di encendido y salí a las calles, con un nuevo destino resonando en mi cabeza. Mientras transitaba velozmente reparé en los cambios que habían alcanzado al familiar recorrido. Muchos negocios habían desaparecido, generando espacio para los nuevos, pero algunos se habían mantenido con vida, generándome varios recuerdos. El viejo barrio era lo único que no había sido tocado por el tiempo y yo esperaba que todo siguiera igual. Subí a la vereda y frené frente a una puerta enrejada, que daba a una entrada muy conocida por mis sentidos. Caminé hacia ella y toqué el portero. En verdad no fue todo tan sencillo, debo haber estado una media hora meditando mis posibilidades, y debo reconocer que antes de tocar el portero seguía sin estar muy seguro de lo que estaba haciendo.
Una voz acudió a mi llamado preguntándome quién era, conteste presentándome, mientras notaba como el nerviosismo hacían que mis manos temblaran más de lo que normalmente lo hacen.
La puerta de la casa se abrió y una figura se quedó frente a la puerta enrejada, sin abrirla. Había crecido un poco, modificando su línea sensiblemente, pero sus ojos seguían siendo los mismos y me hundí en ellos, por no sé cuánto tiempo.
No me di cuenta de cómo se dieron las cosas, yo seguía embobado mirándola, pero en algún momento la reja se abrió y volví a sentir su cuerpo pegado al mío. Dirigí mis labios a los suyos mientras olía ese maravilloso aroma que emanaba de ella como si fuese una flor. Pero sentí algo diferente mientras la besaba, algo que no había sentido antes pero en ese momento, con todo lo que pasaba por mi cabeza, no le presté atención.
Su mano tomó la mía y pronto estuve dentro de la casa; rápidamente la cruzamos y nos dirigimos a su habitación y la puerta se cerró a mis espaldas.
Podía notar la luz de la Luna a través de la ventana, habían pasado varias horas y todavía estaba recostado en su cama, con su cuerpo dormitando a mi lado. Hacía memoria de todo lo que había pasado hasta ese momento. De algunas cosas estaba arrepentido, aunque con los años había aprendido a no vivir del pasado. Pero estando donde me encontraba, no podía evitar sentirme algo nostálgico. Evidentemente no podía auto engañarme, sabía que esa situación no tenía mucha más esperanza, pero mientras tanto, disfrutaba todo lo que podía.
Al día siguiente su mano me condujo hacia la salida, saqué la moto de la entrada y la conduje a la vereda. Esta vez la reja no se interpuso entre nuestros ojos y una vez más me hundí en ese mar amarronado.
- Nunca dejé de amarte- me dijo a la vez que una lagrima cruzaba su hermoso rostro.- Y creo que nunca lo podré hacer-. Quedé estupefacto ante tal declaración; rodee su cuello con mis brazos y volví a besarla. Una vez más, aquella extraña sensación del día anterior volvía a aparecer, pero ésta vez comencé a comprender.
El beso se terminó pero no podía soltarla, con los últimos momentos abrí mi corazón y le dije todo lo que sentía por ella.
Su sonrisa me despidió mientras subía a la moto y me marchaba. En el viaje de regreso, entendí que era eso diferente que había sentido y supe que ella también había llegado a la misma conclusión. Era el sabor del adiós.



For my sweet love. Allways so shiny, allways so warm.

LinkWithin

Related Posts with Thumbnails