El argentino promedio es un ser bastante particular, forma parte de una sociedad que detesta y por sobre todas las cosas se caga en el vecino de junto. Seria incapaz de defender a su país, es más si pudiese irse lo haría (y los que han podido ya no están entre nosotros) y demuestra muy poco apego por él.
El hincha argentino promedio es un ser muy nacionalista. Algunos son capaces declararles la guerra a otros que amenazan los colores y creencias que ama. Ingenia las ocurrencias mas descabelladas para lograr su objetivo y aunque su amado club sufra crisis, siempre estará ahí para apoyarlo.
Aunque no lo parezca, estoy hablando del mismo argentino promedio. Que curioso.
Es asombroso como la pasión por el fútbol puede convertir a alguien chato y sumergido en la absoluta banalidad, en lo más parecido a un bárbaro del siglo tres o cuatro D.C.; porque compararlo con uno de los marines que se divierten en Irak seria bastante optimista de mi parte, incluso rayaría lo hilarante.
Éste deporte transforma a alguien que no es patriota, que de hecho demuestra un gran desprecio y envidia por parte de la sociedad en la que habita, en una persona que podría morir tranquilamente en defensa de una bandera que no es la de su país. Es evidente que los intelectuales, que en sus discursos acusaban al argentino medio de venderse a los placeres del primer mundo, estaban totalmente equivocados (cuando ellos mismos forman parte de ese grupo).
Todos los clubes de fútbol que existen en
Estas asociaciones tienen canchas (o estadios) propias y están ubicadas de forma aleatoria a lo largo y ancho del país: algunas se conglomeran en las ciudades más importantes, otras en ciudades medianas y algunas en poblados esparcidos por el territorio. Aunque si bien el estadio esta ubicado en un punto específico, los hinchas no se reparten de esa forma. Muchos pueden vivir en los alrededores de la cancha, pero hay varios clubes que tienen hinchas por todo el país.
Como en cada lugar convive más de un estadio, las escaramuzas entre hinchadas enemigas son moneda corriente. Porque el hincha de fútbol nació para odiar o amar, con él no existe un punto medio y como ya mencioné antes: es un soldado en potencia. Soldado que al cual se le activa su “attack mode” cuando ve que su nación se ve afectada, ya sea: por un penal mal cobrado, porque del otro lado esta el enemigo de toda la vida o porque los intereses de los capos se ven amenazados. Pero no todo es violencia entre las hinchadas, varias son amigas entre ellas y comparten algunas de las actividades que suelen hacer los hinchas.
De las mencionadas actividades, destaco por sobre todas a tres, las cuales considero muy importantes si se desea que el fútbol no se detenga o caiga en las fauces de oportunistas y defensores de otros deportes:
- Alentar. Ésta tarea está destinada a un grupo más chico de personas, porque para alentar es necesario reunirse en el “Circo Máximo” de la nación: la cancha. Aquí un grupo de unos diez mil a setenta mil almas se reúnen para apoyar a su equipo y así facilitar, aún más, la victoria.
- Luchar. Una vez más esta asignación es desempeñada por el grupo de personas que asiste a la cancha. Consiste en combatir cuerpo a cuerpo con la hinchada de la nación enemiga, la cual no siempre es la que estuvo previamente en la cancha. Las razones son varias y ampliamente justificables, pero hay una que resume a todas: “Porque son putos”. A veces pelean con la propia policía, pero las razones no cambian.
- Comercializar. A diferencia de las otras dos actividades, ésta es operada y controlada directamente por los capos de las hinchadas. Se comercializan muchas cosas y siempre dentro de los terrenos del estadio: droga, camisetas, comida, bebida, droga, alcohol y droga (a veces también sexo). El dinero recaudado va directamente a las arcas de estos capos, porque sin él las otras dos actividades se verían obstruidas.
De todo esto, el Estado argentino es un mero observador. Cada tanto intenta controlar a los hinchas: prohibiéndoles el ingreso a la cancha o persiguiéndolos por las acciones ilegales que efectúan. Pero estos esfuerzos son inútiles, ya que para desarraigarlos completamente habría que generar un holocausto. Y no da para hacer eso, menos después de que un tal Adolf que se zarpo allá por los años treinta y cuarenta. Además estamos en el siglo veintiuno, se supone que hemos evolucionado hacia otras formas de entendimiento (?).
Pero bendito sea el fútbol por generar esta transformación en las personas, tal como los desechos radiactivos pueden convertirte en un superhéroe o crearte un cáncer.
Seamos agradecidos y esperemos que (si Dios quiere) terminen matándose entre ellos; aniquilando a quienes habitan en esta sociedad y son despreciados secretamente por el resto. Esto dejará el camino libre para el oscuro burgués que está sentado en su sillón, agitando una copa de brandy y fumando un cigarro.