El señor Mauthausen cruza la puerta del bar “Las Marias”. Atraviesa el salón atestado de gente desayunando y se sienta en la mesita más alejada. El mozo, que lo conoce hace más de treinta años, se acerca para escuchar el pedido:
- ¿Qué dice don Nicolás? ¿Le traigo lo de siempre?- le pregunta con una sonrisa.
- No ¿Sabes qué? Estoy cansado de la rutina, traéme un licuado de durazno con leche y un tostado.
El mozo, sorprendido, se retira. Es la primera vez que le pide otra cosa y, mientras se aproxima a la barra, se pregunta si no le estará pasando algo.
En realidad, al señor Mauthausen no le pasa nada. Bueno, nada fuera de las preocupaciones corrientes de cualquiera: trabajo, familia, etc. En los últimos días algunas charlas con amigos lo dejaron pensando sobre su vida, pero este hombre no se deja convencer tan fácil por cuestionamientos ajenos.
Poco a poco el bar se va despoblando, son casi las once de la mañana y el señor continúa sentado en el mismo lugar; hace un rato que terminó de desayunar, encendió su 4 cigarrillo en lo que va de la jornada y se puso a leer el diario deportivo.
El mozo vuelve y comienza otra breve conversación:
- ¿Se va a quedar a almorzar, señor?- le pregunta con la misma sonrisa cortés.
- Sí, por favor, una milanesa a caballo con papas fritas.
- Muy bien.
El celular del señor Mauthausen suena; atiende y mantiene una conversación de veinte minutos. Cuando corta, preparándose para ingerir la milanesa que lo espera en el plato, una pizca de alegría le ilumina el rostro. Evidentemente, la charla telefónica le ha sentado diez puntos, lo cual es positivo para que la comida no le caiga mal.
Las horas siguen pasando y al diario deportivo se le sumaron dos más de noticias y opinión. La televisión hace rato que está encendida mostrando la previa del partido, pero él no la observa.
El ruido del tránsito fue aumentando en la última media hora, es el momento del día en que la gente se va del trabajo a su casa, o a buscar a sus hijos al colegio; por lo que la estancia en el bar se vuelve molesta. Afortunadamente, una vez pasadas las seis de la tarde el ambiente se va calmando.
El mozo retorna para anotar el pedido vespertino.
- ¿Qué se le apetece merendar señor?- pregunta.
- Mmm. Que sea un café con leche y otro tostado, por favor.
Ya hace rato que las luces artificiales suplantaron a la natural. El bar se fue llenando de personas que vinieron a ver el partido, o sólo a tomar algo, y ahora casi no se puede respirar.
Una vez terminada la última página del diario, el señor Mauthausen mira su reloj y decide marcharse. Camina hacia la barra donde saluda al dueño, paga todo lo que consumió en el día y se dirige hacia la salida. El mozo, que recién advierte que se estaba yendo, le pregunta si no se iba a quedar a cenar; don Nicolás agradece, abre la puerta y se va.
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