miércoles, 29 de julio de 2009
El camino
John Metz despierta a la vera de un camino empedrado. Se levanta, sacude el polvo de su traje negro y mira alrededor. El paisaje es desolado, el cielo está cubierto por las nubes y un tinte grisáceo cubre todo lo que ven sus ojos.
No entiende bien por qué esta allí, no recuerda cómo llegó. No está solo. Una muchedumbre camina en dirección sur, con paso lento y cansino. No reconoce a nadie y cuando intenta entablar conversación, ninguno responde. Esperando alguna explicación, comienza a transitar por la senda en la misma dirección que los otros.
Palpa los bolsillos del ambo en busca de su teléfono celular pero no lo encuentra. Tampoco tiene un reloj que le marque la hora o la fecha. La calzada sigue y todavía no hay señal de algún tipo. La situación comienza a ponerlo ansioso y no es una persona que se maneje bien en ese estado. Intenta pensar en algo que lo distraiga, vuelve a mirar de izquierda a derecha pero no encuentra nada que cumpla ese objetivo.
El empedrado continúa y no parece tener fin. La cabeza de John sigue dándole vueltas racionalizando todo. Por ahora, lo único que consigue sacar en limpio es que debe seguir caminando, de alguna forma siente que es lo correcto. Algo parece indicarle que esta es su tarea del día: llegar al final del camino.
No es la primera vez que hace algo sin saber por qué. En incontables oportunidades la empresa le asignó alguna actividad parecida: auditar tal comercio, investigar aquel negocio, conocer a tales clientes. Nada fuera de lo normal para alguien que tuviese puesta la camiseta de la compañía. Pero para él era insoportable. Si hay algo que John Metz no puede resistir es “no saber”. Se siente desnudo, sin un propósito existencial. Para ser feliz, él tiene que “saber”.
Aunque en este momento, aquellas penas pasadas son como un lamento lejano. Apenas puede sentir algo, girones de esas emociones. Solo quiere terminar el camino.
Logra distinguir algo que se destaca en la lejanía, entrecierra los ojos para enfocar la mirada y descarta algún truco de su imaginación, allá se encuentra el final.
Por fin, porque ya no aguanta más, la ansiedad ha crecido durante el trayecto y está cerca de dejarse llevar por sus impulsos irracionales. Lo más duro para él son sus acompañantes silenciosos. Cada tanto los mira de reojo, por si advierte algún cambio; buscando algún indicador de que advierten su presencia, que él está ahí, con ellos, pero es en vano.
Haber detectado el punto final del trayecto lo tranquilizó. Comienza a percibir el contexto desde otra perspectiva. El sabe que nada de lo que le ocurre en estos momentos es real: el paisaje, los transeúntes, el clima. Busca una respuesta: está soñando, o… Pero la segunda opción le parece poco probable, el no es de esas personas, o ¿lo es?
Impaciente por responder a ese interrogante se concentra todo lo que puede, intentando recordar.
A duras penas logra rememorar la noche anterior. Había vuelto a su departamento, alterado por las presiones del trabajo, cenó algo ligero, tomó sus pastillas para dormir y se acostó.
Golpea su frente con la palma de la mano. Ahí choca con lo que buscaba, todo es un sueño y es el más raro que tuvo hasta el momento.
Lo que divisara decenas de metros atrás es un arco, parecido al Arco del Triunfo parisino. Más relajado, John espera atravesarlo y despertarse para ir a trabajar. Pues los sueños son así.
A poco de cruzarlo, puede leer la inscripción en la parte superior: Lasciate ogni speranza voi ch' entrate. No entiende qué significa, pero no le importa, ya está por terminar.
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