lunes, 20 de abril de 2009

El grito


No se me ocurre nada. Maldita sea, no se sobre qué demonios escribir. Hace rato que la lapicera que me regalaron para mi cumpleaños no escupe tinta. Debería haberme retirado antes, pero no, tenía que firmar ese contrato con la editorial Minnesand. ¿Y para qué? Para que una estúpida novata, con menos cultura literaria que un niño, me dijera que los finales de mis cuentos eran predecibles.

Predecibles… ¿Qué demonios puede saber esa mujer sobre literatura, sobre arte, sobre crear algo? Debería presentarme en su oficina y destrozarle la cabeza con una magnum 44. Mataría dos pájaros de un tiro: la haría desaparecer de la faz de la Tierra y ya nadie tendría que soportar su endemoniada voz chillona. Hasta su marido me agradecería. Pero puede caber la posibilidad de que reviva, dado que ni Dios ni Lucifer desearían tener una oveja tan molesta en su rebaño.

Tal vez una taza de café me ayude. Tengo las manos heladas.

*

El timbre del teléfono me despierta. ¿Qué hora es? Las ocho de la mañana, solo una persona puede estar llamándome a esta hora.

- Hola- Mi voz parece la de un orco.

- Si Paula, se qué hora es. Gracias por despertarme para contármelo. Si, ya lo sé. A la tarde te llevo lo que tengo. Si. Adiós.- Engendro de la naturaleza.

No soporto más.

*

Me pregunto quién le habrá dado el titulo de editora a esta mujer. Seguramente alguien que odia a los escritores. ¿Quién se cree que es? Desde cuando alguien puede confundir el comienzo de una historia que data de la Edad Media, con una película que muestra la vida en la Grecia Clásica. Las dos obras tienen tantas similitudes como Kandinsky y Botero. Ya sé que puedo hacer. La voy a dejar con la boca abierta.

*

Creo que el bloqueo se me ha pasado, desde hace varias noches mi lapicera dorada no deja de escribir. Debo de haber agarrado un aire inspirador. Espero que no se termine, la idea es bastante buena y por sobre todas las cosas, me gusta.

El frio no deja de azotar a la ciudad, parece que el otoño finalmente ha llegado. Sigo teniendo las manos heladas, a pesar de que me tiré encima todas mis pieles. Igualmente poco me importa, deseo terminar cuanto antes. Va a ser lo último que escriba.

Si a mis 22 años, me hubiesen dicho que la vida de escritor podía llegar a ser tan solitaria y miserable, habría estallado en una carcajada. Pero luego de veinte años de una vida absolutamente rutinaria, puedo decir que lo es.

Pensar que pude haber formado una familia. Estaba tan enamorado, pero a la vez tan enfermo. Hizo bien en patearme, ya no daba para más. Pero no dejo de extrañarlo.

*

El timbre del teléfono vuelve a despertarme. La luz de la mañana entra por el espacio que le deja la persiana. Debo de haberme desmayado demasiado pronto. Evidentemente los ansiolíticos y el Cristal no fueron hechos para ser mezclados.

- Hola- No hay sorpresas.

-Si Paula, se que día es hoy. Gracias. Si, a la tarde nos vemos- Lamentablemente tendré que verte. Pero la decisión está tomada.

*

Noventa y nueve, cien, ciento uno, ciento dos, ciento tres. Alabado sea Dios, ya llegué. Fui tan afortunado al tener que subir las escaleras, soy tan feliz.

Editorial Minnesand. Tantos millones en su haber y un pésimo gusto para decorar sus instalaciones. ¿Quiénes asesoran a los dueños? La misma gente que les recomienda editores seguramente.

Ahí está ese asistente. No sabe donde está parado. Pobre muchacho.

- Hola, vengo a ver a la editora- Cuánto carisma. Debo de emanarlo a como si fuese Chanel No5.

- Si Sr. Castello, ya lo están esperando.- Encima tengo que volver a mirarlo, que horror.

-Dr. Castello, muñeco. Que no se te olvide – Pedazo de inútil.

Décima vez que vengo, décima vez que me da asco estar en este lugar.

*

- Charles que gusto verte- Me dice esa urraca.-

- Evitemos las hipocresías, Paula. Pediste que viniera, aquí estoy.-

-Bueno. Dame lo que tengas.- Ese tono me gusta más.

-Toma, es lo último que verás de mi autoría-

La cara de Paula no tiene precio. Se levanta de su escritorio ofuscada, da toda la vuelta y se detiene ante mi cara.

- ¿Cómo? ¿Tengo que recordarte que tienes un contrato ultra millonario firmado con nosotros?

- No hay necesidad de gritar. Y si, es lo último que voy a escribir, estoy harto de la falta de tacto que tienen en esta editorial. Así que voy a utilizar la cláusula de escape.- Paula abre sus ojos completamente sorprendida.

- ¿Cómo? ¡No hay ninguna en tu contrato!- Sus gritos están a punto de destrozar mis oídos, esa voz es insoportable. Siento las manos más heladas que de costumbre.

- ¿Cuál clausula de escape preguntas? ¡ESTA!- Saco el revólver que traía conmigo, apunto y disparo.

Un grito se escucha en la oficina de la editorial.

Finalmente el ambiente toma un aspecto más pintoresco. El rojo Castello queda de maravillas.

jueves, 2 de abril de 2009

Poitiers


La lluvia vuelve a castigar los campos. Los últimos quince días han sido completamente iguales: lluvia por las mañanas, por las tardes y por las noches. El suelo del campamento es un gigantesco barrial y el viento frio nos llega como dagas directamente a los huesos. Pegar un ojo para dormir, aunque sea un poco, se hace muy complicado.

Los días pasan y sigue llegando gente de distintos puntos del país. El acontecimiento es importante aparentemente; estamos esperando a una horda de árabes supuestamente irreductibles. Dicen, quienes han caído bajo su yugo, que son temibles y que desde los días del viejo Imperio no se ve un ejército tan impresionante. Según las noticias que trajeron los mensajeros hace unos días, aniquilaron toda resistencia en Hispania. Obligando a los despojos del reino a retirarse a las montañas y éstas tampoco parecen amedrentarlos.

Carlos, el Mayoral del reino, no sale de su tienda de campaña y vive en constante concilio con sus generales. Debatimos una y otra vez nuestra estrategia, pues el factor sorpresa puede ser determinante. Aunque de los cinco que estamos a su lado, solo yo he salido del país, pero nunca más allá de Helvecia. La ignorancia nos envuelve como un abrigo de pieles y puede poner en jaque el mundo que conocemos.

*

El clima ha cambiado, las lluvias cesaron, pero el frio aumentó y las primeras nevadas no tardaron en caer. Hemos juntado casi 30.000 hombres, pero yo no creo que sean suficientes, por lo que he mandado a pedirle ayuda a los burgundios. Su fama guerrera ya no es la de antes, pero cualquier ayuda es siempre bienvenida.

De cualquier manera, Carlos descree los mensajes que le llegan desde Aquitania haciendo mención de los árabes. Se habla de que son alrededor de 300.000 guerreros, sin contar las bestias sobre las que viajan. El Mayoral cree que los mensajes están algo exagerados por el miedo de los sobrevivientes, lo cual es bastante lógico. Igualmente, subestimar al enemigo nunca es aconsejable.

En la celebración del último concilio, le he aconsejado a Carlos y al resto de los generales de comenzar cualquier batalla en una forma defensiva. La formación de falange nos puede dar cierta ventaja contra un enemigo que nos supere en número, sobre todo estando sobre sus caballos. Por lo tanto, si nuestro golpe inicial es bueno, tal vez no tengamos que volver a golpear.

Por fortuna la idea fue bien recibida. Nos posicionaremos frente a la ciudad de Tours, más o menos a unas 2 millas de distancia y cada general estará a la cabeza de una legión de 6.000 hombres.

*

Me desperté hace un rato, no pude dormir muy bien. Mi mente no hace más que prepararse para las próximas horas. Los últimos mensajes dicen que los árabes están a 10 millas de Poitiers; esto nos tomó por sorpresa porque los esperábamos recién para dentro de dos días. En el campamento ya no hay quietud, se puede escuchar el ir y venir de miles de personas; el ruido metálico de incontables armas, cotas de malla y yelmos; y el constante martilleo de los herreros reparando o mejorando armaduras a último momento.

Dios ha respondido a mis plegarias y nos envió la ayuda de los burgundios. Hace unas noches llegaron con casi 5.000 hombres e igual número de caballos. Los hemos repartido en las distintas legiones, ya que nuestros jinetes son los mejores del reino. Al principio la idea no les gusto mucho, pero dado a que son un pueblo vasallo de nuestro reino, tampoco tenían mucha opción.

Carlos está impaciente y por primera vez en muchísimos días, salió de su morada para darle un último mensaje de aliento a todos sus guerreros. Su perspectiva de la batalla no ha cambiado, está seguro de que la victoria puede estar más próxima de lo imaginado. No me gusta hacer futurología, pero espero que no se equivoque.

*

El aire matutino es gélido. Siento que nos estamos jugando una parada muy importante. La batalla que esta por empezar puede decidir el curso de los años que vendrán, y no solo el futuro de los francos, sino el de varios reinos más.

Mientras escribo estas palabras, las trompetas llaman para formarse. Deben estar cerca. Pase lo que pase, estoy preparado.

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