El reloj marcó el comienzo de la madrugada. Me encontraba sentado en mi sillón predilecto, con un vaso, casi rebalsante de Chivas en mi mano izquierda. No era el primero, tampoco sería el último de la noche.
Mientras me hundía en pensamientos oscuros, Astor Piazzolla me regalaba sus bellísimas notas de bandoneón, que llegaban a través de mi equipo de música. Los eventos del día me habían dejado postrado; una vez más la vida golpeaba y esta vez lo había hecho con mucha fuerza. Aunque entendía que me lo merecía, porque todas nuestras acciones están atadas al karma; demasiadas cabezas había cortado como para sorprenderme. No, tenía lo que merecía.
Lo había perdido casi todo, la crisis ha golpeado duro al mundo entero, sobre todo a los vendedores de ilusiones como yo ¿Quién podría haber creído que todo se vendría debajo de forma tan sencilla? Seguramente, en los días subsiguientes aparecerán los que cortan leña del árbol caído; aquellos que se pelearan por ver quién la predijo primero o cuál de todos ellos tiene las llaves de la salvación. Pero eso ya no me importaba.
Era un hombre buscado. Había jugado con dinero ajeno y lo había perdido casi todo, incluso había traicionado la confianza de mi pareja para salvar mi pellejo, nada había servido.
La botella de Chivas estaba casi vacía, pero mi mente no parecía confundida por los efectos del alcohol. Estaba de pie junto al ventanal del departamento, observando la grisácea noche londinense. Mi cerebro funcionaba overclockeado, rastreando la solución. Yo no iba a caer tan fácilmente, un ser tan brillante como yo no podía darse por vencido sin luchar. No. Me levantaría de mis propias cenizas y arreglaría todo. Si.
Ya imaginaba la gloria que vendría, aquella que aparecería gracias a alguna idea brillante, cuando tocaron al timbre del departamento.
Apoyé el vaso sobre la barra de bebidas y me dirigí hacia la puerta de entrada.
Estaba terminando de abrir cuando me di cuenta de que este paradero no lo conocía casi nadie. Y quede completamente sorprendido.
- ¡Tú!- alcancé a decir, mirando con mis ojos bien abiertos.
- ¡Sí, yo! Yo, yo, yo, yo.- dijo quién había llamado a mi puerta.
Y mientras el reloj marcaba el comienzo de una nueva mañana, ésta era recibida por seis cantos de una “Desert Eagle”.