martes, 30 de octubre de 2007

La Victoria Final


El valiente guerrero cruza la entrada de la caverna, pasa por las paredes talladas por el fuego y el tiempo. Se pregunta cuantos años tendrá ese lugar; estalactitas y estalagmitas adornan el interior, y un ruido que se asemeja al que produce el agua goteando viene desde las profundidades de la cueva. Cada paso lo va acercando más y mas al fondo, el camino se inclina un poco, toma algunas curvas y luego sigue recto. El aire se va calentando y haciéndose cargado con cada tramo, los pesados atavíos empiezan a agobiarlo, pero el guerrero continúa su trayecto.


Días atrás se encontraba en la cantina a la que acostumbraba a ir en ese pueblo, sentado pesadamente en una de las sillas de una mesa ubicada bien al fondo contra la pared. La lámpara que estaba sobre la mesa iluminaba sus largos cabellos rojos, pero la cara no se le veía, ésta era ocultada por la tupida cabellera. Su mano derecha agarraba un jarro el cual estaba por la mitad. Apoyada contra la pared estaba su espada, la hoja media alrededor de 21 pulgadas de largo por 4 de ancho y la empuñadura estaba envuelta en finas tiras de cuero haciéndola cómoda para la mano.

Seguía absorto en sus pensamientos y casi no notó al individuo que se sentó frente a él; luego de unos segundos habló, pero lo hizo sin mirar al recién llegado.

“¿Que te trae por éste lugar?” Preguntó.

“Se trata de Él, a resurgido de la oscuridad y promete cubrirnos con ella, está acabando con cualquiera que le presenta resistencia” le comentó el otro.

“Cualquier intento de acabar con Rakken, se sabe, termina en fracaso. No sería la primera vez que intentan detenerlo, ésta situación era previsible”.

“Pero no siempre tuvimos la oportunidad de pedirte ayuda” dijo nervioso, ese nombre pondría inquieto a cualquiera.

“No siempre anduve por estas tierras” rió el guerrero.

“¿Eso significa que nos ayudaras?” pregunto esperanzado.

“¿Qué conseguiría a cambio?”

“Lo que pidas”

“¿Y así convertirme en alguien como Rakken? Sabes, alguna vez fue un guerrero también, pero las debilidades de los mortales terminaron por corromperlo. Gracias, pero solo estaba molestándote”.


Días de búsqueda después, emprende el recorrido que va desde un pequeño poblado hacia la montaña, donde Rakken seguramente lo está esperando, y no puede evitar pensar en ella. Quien diría que se enamoraría perdidamente de esa mujer cuando se la cruzó en los Bosques de Nordheim, en ese entonces era impensado para él y para cualquier otro que lo conociese bien. Pero esa dulce sonrisa, esos hermosos ojos marrones, y su brillante pelo oscuro lograron lo imposible. Derritiendo ese corazón de hielo, la joven Aleta se adueño de él, y poco le importo que fuese un eterno nómada, sabía que cualquier camino que emprendiese su retorno conduciría nuevamente a ella. Y así fue durante varios años, hasta que la muerte los separó injustamente, porque nadie vive eternamente.

El camino que empezara casi un kilómetro atrás está por terminar; se encuentra en el corazón mismo de la montaña, el calor es cada vez más insoportable pero, a pesar de esto, continua con su famosa armadura. De un color violeta y brillando como por arte de magia ésta cubre su cuerpo, parece construida con gemas pero es más dura y más liviana que el acero. En el pecho luce tallada un ave que brilla con una luz amarilla a diferencia del resto de la armadura que lo hace con una fría luz violácea.

Con pasos seguros completa el trecho que le faltaba y se encuentra cara a cara con Rakken.

“¿Así que te mandaron para que me detuvieras?” dijo este último.

“Me lo pidieron cortésmente y no pude rechazar tan suculenta oferta” sonrió el guerrero.

“Es una lástima tener que acabar contigo”

El guerrero saco su espada, la hizo girar con su muñeca y Rakken sacó la suya.

“Eso lo veremos, viejo amigo” y corriendo hacia él lanza el primer ataque.


Se desconecta de la pelea y viaja por los confines de su mente, ahora está acostado y hace rato que intenta dormirse pero no puede, la noticia con la que se desayunó a la mañana lo mantiene sin sueño. Levanta su torso y se queda sentado en el límite de la cama, sumergido en sus pensamientos. Un brazo aparece desde atrás y comienza a acariciarle el pecho.

“¿Qué ocurre mi amor?” Pregunta Aleta.

“No puedo dormirme, tengo el cuerpo que por poco me duele del cansancio pero mi mente hace caso omiso” contesta.

“¿Sigues pensando en lo que ocurrió?

“No dejo de verlo una y otra vez, no puedo creerlo” contesta apesadumbrado.

“Bueno, era algo que podía llegar a pasar, ambos lo sabemos”

“No deja de ser cierto, pero yo creía conocerlo” insiste incrédulo de la dura realidad.

“No te culpes por ello, estás a cientos de kilómetros de distancia y sus caminos se separaron hace tiempo. Ven recuéstate conmigo” dijo Aleta volviendo a acostarse. Sin pensarlo dos veces obedece a su amada y se estira a su lado, abrazándola.

“Es una pena que no nos queden tantas noches como ésta” le dice en voz baja.

Ella sonríe y le acaricia el rostro “Como ya te dije, era algo que podía llegar a pasar. No pienses en ello”

Abrazándola aún más, cierra los ojos y el sueño no tarda en llegar. Sus caricias siempre lograban reconfortarlo de forma sorprendente.


La caverna vuelve a aparecer y con ella lo hace él. Se lo nota exhausto, tiene algunos cortes en la cara, pero éstos son ínfimos. Se encuentra sentado sobre unas piedras cerca de la orilla del lago subterráneo, con el antebrazo izquierdo sobre su rodilla y su mano derecha agarrando la espada desenfundada que se clava en el suelo rocoso. La hoja, ahora desenvainada y en reposo, es maravillosa, distintos estilos de runas la adornan y cerca de la empuñadura se encuentra tallada un ave.

El cuerpo de quien fuera su enemigo se encuentra tendido a unos metros de él, la lucha fue intensa pero al final logró vencerlo. Otro guerrero que se suma a la larga lista, pero éste era especial, la victoria final se construye en base a su derrota.

Por fin se levanta de donde se encontraba, se acerca al cuerpo de su enemigo y lo observa por unos momentos.

“Te dije que es una lastima tener que acabar contigo. Hasta siempre Trístan, viejo amigo”


Luego enfunda la magnífica espada cruzando su espalda y emprende el camino de regreso.

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